Son muchas las respuestas. Tantas, como fotógrafos y teóricos del tema hay en el mundo.
Otros han respondido «Acercarse al objeto hasta morir», como Gerda Taro y Robert Capa. O bien, elegir, con el cerebro, la intuición o el corazón ese instante preciso en que la vida se detiene.
Parece que también se necesita una cámara, eventualmente un lente y un soporte fotosensible, sea este una placa con sales de plata o un sensor electrónico.
Lo demás, es conocer cómo se comportan estos elementos ante la presencia de diversas calidades y cualidades de luz y cómo se comporta el fotógrafo con lo que está frente a la cámara.
La semana pasada tuve la suerte de poder ver, en directo la exposición de Diane Arbus en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).
Hoy es amplia la discusión sobre cámaras, lentes, temas, estilos, soportes y megapixeles. Arbus está más allá de eso. Para hacer fotografía ella necesitaba su ojo, una cámara, un rollo y su capacidad de crear una intimidad entre lo fotografiado y ella. Si esa intimidad, que también es la intimidad que crea Paz Errázuriz, sus imágenes no podrían haber sido creadas. Luego viene el proceso, el laboratorio, las ampliaciones, la exposición y el libro.
Cierra el círculo de lo necesario para hacer fotografía el espectador. El que mira y, con suerte, ve la foto. Si es en calma, con buena iluminación, con un montaje y un tamaño de fotos adecuados, mejor, porque permiten una mayor reflexión.
Como ven, todo y casi nada es necesario para hacer la foto. Ahora, si, además, hay talento, como es el caso de Diane Arbus, miel sobre hojuelas.
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